EN LAS NUBES. En recuerdo de un amigo ido

En recuerdo de un amigo ido

Día de San Valentín y de mi bisnieto Valentino. Hijo de mis nietos Ana Sofía y Jasiel. Para ellos un beso.

De un admirado y joven colega hemos hablado.

Nos referimos, claro, a don Rafael Cardona, a quien con placer leemos. Y compartimos su reflexión en recuerdo de un amigo ya ido.

“La hepatitis viral llegó de repente.

–Te guardas en cama 40 días; no te puedes siquiera bañar. Pura esponja, ¿eh? Nada, no puedes hacer nada. Estas son tus medicinas, tus protectores hepáticos. Come dulces y lleva esta dieta. Separa tu ropa de cama, tus cubiertos, aléjate de tu familia.

Cada semana te tienen que tomar muestras para ver cómo baja la bilirrubina. Y también pruebas de hígado. Si no te cuidas, te puedes morir. Punto.

La vieja Remington estaba entre las prohibiciones. Tirado en cama, sin Netflix ni computadoras, sin los recursos de ahora, nada más sentía el aburrimiento de la TV comercial. Películas en el 4, telenovelas en el 2.

Y libros, muchos libros.

Entre ellos, uno pendiente solicitado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. La reescritura de los textos publicados en la columna “Ciudad y gobierno” del diario “unomásuno”.

Durante un mes y más, todas las tardes, sin faltar ninguna, excepto quizá los domingos y los sábados, Fernando Macías llegaba alegre y simpático, arrolladoramente simpático, a tomar el dictado del libro en elaboración.

Iba con los textos en limpio del día anterior y se llevaba los de la fecha. Así, hasta terminar. Y cuando acabamos apenas habíamos empezado porque desde entonces no dejamos de vernos, de reunirnos en cuanto la ocasión lo hacía posible y si no, pues inventábamos el momento porque eso hacen los amigos.

La amistad consiste, entre otras muchas cosas, en crear oportunidades para estar juntos.

Y todo este lapso de la epidemia, nos impidió a los dos, construir esas oportunidades. Llamadas, mensajes. Nada más.

Pero el domingo, con motivo del Supertazón, lo busqué. No sabía de su estancia acapulqueña. El teléfono jamás respondió.

–Después le hablo, pensé. Y la muerte contundente me dijo ayer por la mañana, no.

No le vas a hablar.

Nunca más vas a hablar con Fernando Macías Cué, porque Fernando está muerto y tampoco él va a hablar contigo. Él no podrá ni siquiera escucharte, así que solo te quedan sus recuerdos. Nada más. La memoria es otra forma del cariño. Insuficiente, personal, porque nadie se entera si te acuerdas de él o no lo haces. Pero no hay más.

La muerte es eso. La ausencia sorda y muda.

Pensar en los muertos es ofrecer cariño al tiempo, pero ahora en pasado. La muerte, en sí misma, es la negación del presente y el futuro. Ahora todo será hacia atrás.

Y así le marqué a Patricia Zama, la viuda de Marco Aurelio Carballo. Ella y yo habíamos presentado en la feria del libro de la Universidad de Nuevo León, la colección póstuma de las crónicas (Turbocrónicas) del desaparecido escritor, íntimo nuestro desde los tiempos más lejanos del oficio.

Fernando Macías había revisado con Patricia los papeles de Marco Aurelio y habían decidido publicarlos en una colección final. Antes de esa edición, patrocinada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Fernando organizó un homenaje en el hotel «Genêve» en el cual participamos muchos de los antiguos reporteros de “Excélsior” y “unomásuno”.

El programa de la presentación del libro en Monterrey, nos incluía a Fernando y a mí. A fin de cuentas, él había promovido la edición y yo nada más había seleccionado algunas partes y escrito el prólogo.

Pero Fernando nunca llegó a Monterrey. Patricia y yo nos fuimos cada quien por su lado.

–Me dejaste colgado en Monterrey. Y también a la Zama…

–¿Qué quieres, hermano?, estos pelos duros me complicaron la vida… pero ustedes, muy bien.

Y se reía con una mezcla de suavidad, picardía y desenfado. Vivía la vida con ligereza, con alegría permanente y al convivir con su eterna jovialidad, desde los 18 años de su edad cuando lo conocí, nunca había pensado en la fragilidad de su corazón.

Ayer, me dicen, un infarto múltiple le pegó como un rayo. Muerte dichosa, opinan algunos y quizá tengan razón, pero muerte al fin. Dolor, abandono, ausencia. Fernando tuvo –eso sí me consta–, una vida dichosa, plena, productiva.

Quienes lo queremos, lo vamos a echar de menos, tío…”

En honor a quien con buena prosa recuerda a sus amigos.

craveloygalindo@gmail.com

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