EN LAS NUBES. El saqueo sigue. Leamos a un experto

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

El robo y comercio de bienes patrimoniales de México, siguen igual nos informa, en y con detalle, el historiador don José Antonio Aspiros Villagómez.

Cabe preguntarse en qué medida los mexicanos hemos sido cómplices de los ladrones, o peor aún, los saqueadores mismos.

Sería imposible intentar en este breve espacio una relación siquiera superficial de hechos que dieran respuestas positivas a tales interrogantes.

Desde el siglo pasado los periódicos están llenos de noticias y nombres.

Es tenaz en compartirnos sus descubrimientos, cuando nos platica que Impunemente, a la luz del día, valiosos tesoros prehispánicos robados a México en algún momento y exportados seguramente con complicidad local, fueron vendidos al mejor postor el 9 de febrero en la casa de subastas Christie’s de París y el gobierno de México no pudo evitarlo.

Las leyes mexicanas prohíben comerciar con el patrimonio arqueológico, mientras que las leyes francesas lo permiten.

Con pandemia y lo que sea, el caso indignó a las autoridades culturales mexicanas, en especial a los arqueólogos, a pesar de que esta no es la primera ocasión en que ocurren tales agravios. Nuestras autoridades buscaron evitar la subasta, pero sin éxito porque no hubo apoyo del gobierno francés.

Hace 37 años escribimos un artículo al respecto y, salvo las cifras, el panorama sobre estos latrocinios no ha cambiado. Nuestro libro Los dioses secuestrados (Sedena, 1987) también trató del tema. De hecho, el saqueo en el actual territorio mexicano comenzó hace 500 años con la conquista, y el comercio de bienes patrimoniales, en el siglo XIX.

En 1982 publicamos un reportaje sobre los códices que se salvaron de la destrucción durante la conquista española, y dónde se encuentran. La mayoría de ellos en el extranjero. Ese trabajo mereció una mención honorífica en el XIV Certamen del Club de Periodistas de México (1984) y, tras recibirla, expusimos lo siguiente en la misma revista, En Todamérica, acerca de esta actividad ilícita:

“Uno se puede pasar horas y días enteros leyendo historias sobre saqueo arqueológico; hacerlo durante años y la vida entera, y el tema seguirá siempre actual, sin una solución efectiva, inevitablemente rodeado de ladrones del patrimonio cultural del Tercer Mundo.

“Aquel reportaje sobre los códices donde decíamos que el Tonalámatl Aubin recuperado por México, era apenas uno de los 500 documentos similares existentes en el extranjero, robados a nuestro país, señalaba el equivalente a sólo una gota de agua en el océano de hurtos que ocurren en las naciones más indefensas.

“Mientras los territorios que alguna vez fueron colonias de potencias explotadoras, buscaban su nueva fisonomía al precio de luchas intestinas, los pillos de Europa y Estados Unidos aprovechaban para saquear las zonas arqueológicas.

En tanto esos mismos pueblos soportaban dictaduras -a veces impuestas desde fuera- o pugnan por superar el subdesarrollo; mientras procuran pan, letras y salud cotidianos, o se desgarran para pagar su deuda externa, otros vienen de fuera, se llevan sus tesoros y los venden mediante lujosos catálogos de circulación clandestina (NA: y pública después) en Nueva York, Zurich o París.

“Leemos en una publicación alemana que los comerciantes occidentales de arte se abastecen en el Tercer Mundo como en una tienda de autoservicio. Según ciertos cálculos, habrían sido sacadas ya de contrabando, de nuestros países, unos 30 millones de piezas artísticas de todas las épocas.

“Los ladrones se defienden, lo mismo que sus clientes. Alegan que los gobiernos nada hacen por conservarlas, catalogarlas y exhibirlas; que el pueblo no les concede su verdadero valor artístico; y en cambio ellos, los saqueadores, llevan las piezas a museos donde se les da la estima adecuada; o van a dar a las colecciones privadas de cultísimos millonarios. Eso dicen.

“Preocupa mucho que cada año salgan de México y Centroamérica objetos prehispánicos valorados en más de diez millones de dólares, los cuales llegan a galerías de arte donde se rematan en subastas públicas.

Los clientes estadounidenses se benefician con estímulos fiscales cuando poseen en sus colecciones estas obras, o las donan “generosamente” a los museos.

“Duele también leer en las muchas fuentes documentales donde esto es posible, cómo el saqueo en México se inició al triunfo mismo de la sanguinaria conquista por los españoles, cuando Hernán Cortés envió objetos a sus reyes; el primer virrey Antonio de Mendoza mandó a Madrid 69 códices, los robaron en alta mar piratas franceses y actualmente están en Oxford.

La historia de este saqueo no se ha interrumpido.

Reitera el escritor “Cabe preguntarse en qué medida los mexicanos hemos sido cómplices de los ladrones, o peor aún, los saqueadores mismos. Sería imposible intentar en este breve espacio una relación siquiera superficial de hechos que dieran respuestas positivas a tales interrogantes. Desde el siglo pasado los periódicos están llenos de noticias y nombres…”

Hasta aquí un fragmento del artículo de 1984 y apenas un esbozo de la magnitud del problema, ya abordado por el tecleador en varias ocasiones, incluidas explicaciones de por qué es importante para la investigación estudiar “in situ” esos objetos antiguos y preservarlos, mientras que para los coleccionistas sólo son obras de arte que apuntalan su vanidad, y un gran negocio para las impunes casas de subastas.

Las ventas del día 9 fueron por un equivalente de más de 60 millones de pesos.

craveloygalindo@gmail.com

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