Teresa Vázquez Mata. Confesiones de una muerta

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Teresa Vázquez Mata, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

Confesiones de una muerta

 

Damiana, en ocasiones, platica de su trabajo, así como lo hacemos con nuestros amigos o familiares. Es cuidadosa, porque sabe que ese oficio exige respeto y discreción. No puede revelar la identidad de los “clientes”. Pero algunos tenemos el privilegio de escucharla.

Ahora, mientras come un helado de mango con chile, me cuenta:

-¿Sabe, don José? Yo había escuchado del caso en las noticias y lo leí en el periódico, ese horrible, donde publican sobre los asesinatos. ¿Sabe cuál le digo?, ¿verdad?  –pregunta sin darme tiempo a responder–. ¡Ya ve cómo son de amarillistas! Y luego, que aquí nos enteramos hasta de lo que comieron los vecinos; como dicen, pueblo chico infierno grande –afirma sin soltar la cucharilla de entre los dientes.

No entiendo de dónde saca fuerzas para lidiar con su vida. Tiene más de veinte años trabajando para una empresa de servicios funerarios y, por extraño que nos parezca, disfruta lo que hace.

-Ayer me tocó embalsamar el cuerpo de esa mujer –continúa, Damiana, en voz baja–. Se llamaba Eréndira y su cuñado la mató a tiros. Dicen que le gritó “… estos plomos te los manda mi hermano Cirilo”. Una bala le atravesó la cabeza y otras impactaron en el torso dañando gravemente sus órganos. Aun así, con la que entró por el parietal hubiera tenido. Yo digo que ni cuenta se dio la pobrecilla. Finalmente terminó su calvario… Hay quienes sólo vinieron a este mundo a sufrir, como recalca la oración a la virgen que me enseñó mi abue: “… A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas”. De niña siempre pensé que no podía ser un rezo, que esa oración sólo hablaba de dolor y tragedia; pero ahora creo que a algunas pobres almas sí las mandaron, solamente, a padecer –dice mirando al infinito.

Es el momento de los detalles, pronostico y me dispongo a escuchar…

-Cuando llegó el cadáver de Eréndira, no hice caso de los chismes. Recibí a una mujer con quien la vida se ensañó… Después de dos semanas en el congelador de la procuraduría, limpié su cuerpo destrozado y le pedí permiso para acicalarla. Recogí el cabello en un moño; le maquillé y reconstruí, lo mejor que pude, rostro y cráneo. Quería dejarla digna para que amigos y familiares pudieran despedirse de ella. Me llevaron su vestido favorito y hasta una muñeca que le puse en el pecho.

Damiana, suspira, emocionada y prosigue:

-Sus manos estaban maltratadas de tanto trabajar, los dientes gastados por la desnutrición. Descubrí cicatrices, en todo el cuerpo, seguramente por las golpizas que recibió en su vida. Hasta pude sentir un hueso fracturado y mal soldado… Me dediqué a ella tres horas. Tal vez, en sus cuarenta años de vida, nadie lo había hecho. La bañé, la peiné, la vestí, la maquillé y hasta la perfumé. Le pedí perdón, en nombre de quienes la dañaron… Mis compañeros decían: “¿Y para qué tanto detalle con esa asesina?” “¿No sabes que mató a su esposo?” “Por eso el cuñado la acribilló…” Yo no levantaba la vista de la plancha, donde yacía la maltrecha Eréndira. Al menos, abandonaría el mundo como lo que era: un ser humano; aunque nacida sin suerte.

La pasión con la que describe su trabajo, me hace olvidar que aún debo vender más helados. De pronto, Damiana levanta la voz:

-¡Créame, don José…! Si mi marido me golpeara y abusara de mis hijas, al grado de ofrecérselas a sus amigos borrachos… ¡Yo también lo mataba! Ya, luego, arreglaría cuentas con el Creador.