Marcela Guadalupe Anaya Mares. ¡No pierdan la esperanza!

Marcela Guadalupe Anaya Mares. Con la facilidad de quienes no necesitan batallar para inventarse historias, Marcela refleja en sus textos la vida y los sueños que la habitan. Con espontánea sencillez y valiéndose de las herramientas que proporciona la literatura, nos invita a reflexionar en torno a temas contemporáneos.

Marcela, es licenciada en Psicología Industrial y, aprovechando la experiencia de su profesión, ha decidido explorar el mundo del arte de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, gana la técnica y la habilidad para crear.

 

¡No pierdan la esperanza!

 

Estoy en la sala de espera del Cáncer Center en el H+. Cómodamente sentada, en el sillón azul de siempre, observo el movimiento del personal que nos conduce a los cubículos para la quimioterapia o la consulta médica. Intento relajarme. El sobresalto, ya quedó atrás. La decoración es agradable y hay frases optimistas pintadas en una pared: “La vida no tiene que ser perfecta para ser hermosa”. “¡Qué lindo día para sonreír!”

De pronto me fijo en ti. Eres guapa y te arreglaste con esmero, pero noto tu mirada cansada; probablemente, no dormiste bien. Tendrás 30 años y presiento qué tipo de cáncer te trajo a este hospital.  ¿Cáncer de mama? Sujetas el folder con los estudios, bajo el brazo y una de las enfermeras, con su uniforme verde esmeralda, se acerca. Platican amablemente unos minutos, lo cual me indica que ya has estado varias veces aquí.

Te imagino siendo mamá de 2 ó 3 niños y creo que el muchacho, sentado junto a ti, es tu esposo. Tomándote la mano con cariño, piensa cómo fue que esa condenada enfermedad vino a romper el equilibrio de sus vidas…

Ya operada y aun contando con la mejor atención médica posible, no puedes evitar los miedos. Mamá y una tía murieron, producto al tumor en sus senos… Entonces: ¿quién cuidará de mis hijos? –te preguntas en silencio y una lágrima cae sobre tu bello rostro. Me volteas a ver y sonrío, queriendo despejar la angustia, declarándote mi apoyo. El apoyo de esta desconocida que siente lo mismo que tú.

De pronto, te nombran y entran al cubículo de la oncóloga. Cierro mis ojos y rezo por ti, pienso en tu juventud, en lo que te falta por vivir. Pronto, escucho el tambor metálico que tocan las enfermeras cuando el PET de un paciente sale limpio. Todos, notamos el brillo en tus ojos y con cuánta alegría te abrazaba tu esposo. Aplaudimos, felicitándote y con la mano en el corazón nos infundiste esperanza:

“Un año y medio de tratamiento… ¡No pierdan la fe!