Las improntas dejadas por la pena

 

son retazos de un sueño ya perdido,

cristales que mis ojos han herido,

un despertar de muros en mi mente.

Pero el amor no para, no nos deja,

si acaso por momentos se detiene,

el amar es un bálsamo indulgente,

a pesar del covid y nuestros muertos

que gimen como un río penitente,

y alertan a mi espíritu enjaulado,

al compás de su canto doloroso.

Presidiarios de muros invisibles,

soy alma confinada por un virus,

hay cuerpos que se esfuman hacia el cosmos,

un deambular de voces por las calles

en busca de los panes de la vida,

caminando al filo de la muerte.

Encriptada en mi cuerpo la pandemia,

a su voz mis sentidos se resisten,

a su paso hay almas que se extinguen,

hay acero, hay fuego entre las venas;

el duelo ante lo humano que se pierde.

Los hombres y mujeres en la pira

saturan este abismo sin final

plagado de cenizas y lamentos,

voces de los difuntos apagados,

de duelos que se han vuelto una costumbre

porque la humanidad se encuentra herida,

es su afán alcanzar una vacuna.

Este sueño se vuelve pesadumbre,

hay temor, hay dolor, pronto se esfuma,

resilientes soñamos en la cura,

domamos los temores a la muerte.

 

Aprendemos a pasar el fin del mundo

y a otros fines del mundo que ya vienen,

contaremos dolores ya sufridos,

pragmáticos diremos fue gran suerte,

haber sobrevivido a la pandemia.

La utopía del mundo marcha al frente,

para este y otros males habrá cura,

la ciencia con su paso no da tregua,

en su fe inquebrantable se da impulso,

su fuerza es un torrente que perdura.

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