Isaac Newton, el último de los magos, no el primero de los científicos

El Dr. Gerardo Martínez, divulgador científico y académico de la IBERO, dictó la conferencia ‘Las caras ocultas de Isaac Newton’

Pedro Rendón/ ICM

En la actualidad, a siete años que se cumplan 300 de su muerte, el gran físico y matemático inglés Isaac Newton (1642-1727) es llamado por algunos historiadores de la ciencia, ‘el último de los magos’, más que ‘el primero de los científicos’, señaló el doctor Gerardo Martínez Avilés, divulgador de la ciencia y académico del Departamento de Física y Matemáticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

“Tras los descubrimientos a principios y mediados del siglo XX de que una gran parte de los intereses intelectuales de Newton abarcaban disciplinas como la alquimia y la teología, la imagen del Newton racionalista, ejemplo del científico de la Ilustración, comenzó a cambiar”. Es así que, “los intereses de Newton lo hacen parecer, no tanto el hombre que inaugura el pensamiento científico moderno, sino más bien el que clausura una antigua era en la que la magia y la religión convivían con la filosofía natural”, explicó Martínez.

Aprovechando que, como físico y astrónomo, ha estudiado a profundidad el legado científico de Newton (en la Facultad de Ciencias de la UNAM, su alma mater, tomó un curso de Historia de la Ciencia con el profesor José Marquina, especialista en la vida de Newton), el Dr. Martínez impartió, en el Seminario de Historia de la Ciencia del Departamento de Física y Matemáticas de la IBERO, la conferencia virtual Las caras ocultas de Isaac Newton.

En su charla, reveló a las y los concurrentes que Newton nació de manera prematura, por lo que tuvo una salud frágil en su infancia, durante la cual se caracterizó por ser un niño solitario, pensativo y con enorme interés por el mundo que lo rodeaba, por lo que su vida cambió cuando cayó en sus manos el libro Los misterios de la naturaleza y el arte (John Bate, 1635), el cual contenía experimentos con agua y con fuego, dibujos, grabados, entre otras cosas.

Su educación incluyó el aprendizaje del griego y el latín. Y en la biblioteca de su padrastro (con quien se casó su madre cuando Newton tenía tres años, tras enviudar del padre de éste) encontró varios textos religiosos, pues su padrastro, junto con su tío, eran hombres muy religiosos, al grado de ser pastores anglicanos.

Fueron ellos dos quienes ayudaron a Isaac a ingresar al Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde para pagar la matrícula, Newton laboraba como mayordomo de un alumno rico. En Cambridge, estudió la currícula tradicional: griego, latín, filosofía, religión, textos clásicos, geometría euclidiana y física aristotélica. Y, por su propia cuenta, leía los textos de los filósofos naturales y matemáticos de Europa: Copérnico, Galileo, Kepler y Descartes.

Su mente brillante hizo acreedor a Newton a una plaza de profesor en el Trinity College, pero al ser un maestro que odiaba a sus alumnos, y al que sus alumnos odiaban, se decía de él que ‘dicta clases a las paredes en aulas vacías’. A la par, y nuevamente por su cuenta, comenzó a hacer sus investigaciones en matemáticas y filosofía natural, sin preocuparse por publicar los resultados de las mismas.

No obstante, Newton es considerado uno de los padres de la ciencia moderna y el primero de una tradición de pensamiento racional-científico, por crear, y publicar, las leyes de movimiento, la ley de gravitación universal, la teoría de los colores, y el cálculo diferencial e integral, e inventar el telescopio reflector.

Por el telescopio reflector, su protector en Cambridge, Isaac Barrow, logró que aceptaran el ingreso de Newton en la Royal Society (de la que Newton fue nombrado Presidente en 1703), una de las primeras sociedades científicas que existieron, en la que los filósofos naturales se sentaban a compartir ideas y a debatir las mismas.

La Royal Society (donde conoció al alquimista Robert Boyle) pidió a Newton publicar sus trabajos, y al hacerlo, inició una disputa con varios filósofos naturales de su época, pues como Isaac era bastante susceptible a la crítica, defendió sus ideas con ahínco durante los primeros años, pero después se encerró en el silencio y se rehusó a publicar más. Empero, dejó a la posteridad grandes obras, como Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (1687) y Óptica (1704).

Newton, agregó Martínez Avilés, hacía lo que le interesaba, independientemente de si le pagaban o no, y por ello era común que buscara respuestas a las preguntas que surgían en su interior, por ejemplo, las relativas a la alquimia y la teología, otras dos de sus pasiones.

De este interés da cuenta su biblioteca personal, en la que Newton, además de tener 33 libros de astronomía y 131 de matemáticas, tenía 31 de química, 138 de alquimia, 99 Biblias y estudios bíblicos, 61 libros de Padres de la Iglesia, 28 libros de Historia de la Iglesia, 28 Controversias Religiosas, 24 libros de ritos y costumbres judías, y 237 de teología y religión.

Con todo ese acceso al conocimiento, no sorprende que Newton también hiciera una exhaustiva investigación bibliográfica-experimental en el estudio de la alquimia, trabajos que publicaba bajo el pseudónimo IEOUVA SANCTUS UNUS (Jehová Santo Único), el cual era a la vez un anagrama de su nombre escrito en latín: ISAACUS NEUUTONUS.

En la alquimia, contrario a su época, Newton no estaba tan interesado en la transmutación de los metales (que pretendía obtener oro a partir de otros metales), sino en la búsqueda de la verdad. Igualmente, con la alquimia pretendía demostrar la dependencia del mundo material en Dios.

De manera posterior a su intensa investigación alquimista, en 1692 Newton sufrió un colapso nervioso, se cree que, por envenenamiento con mercurio, por cansancio y frustración intelectual, o porque le rompió el corazón terminar su amistad con Nicolás Fatio de Duillier, a quien había estado muy unido en los últimos años.

Años después, Newton entró en una controversia con el filósofo y matemático Leibniz, a quien el primero acusó de haberle robado la idea del cálculo diferencial. “Al principio, la comunidad matemática le dio la razón a Newton, pero con el tiempo, los historiadores de la ciencia han reivindicado a Leibniz y hoy en día se considera a ambos como inventores del cálculo”, apuntó el docente de la Universidad Iberoamericana.

Una vez recuperado de su crisis nerviosa, Newton repuntó, e Isaac Barrow le heredó la Cátedra Lucasiana en el Trinity College de Cambridge, mas como el puesto obligaba a Newton a tomar las órdenes religiosas como pastor, él, pese a ser un cristiano devoto, se rehusó a hacerlo, pues al tener una visión del cristianismo que no era la más ortodoxa, Newton no creía en la Trinidad, por lo que se le podría considerar un arriano.

Tras decidir dejar Cambridge, los amigos de Newton le ayudaron a conseguir trabajo como intendente de la Real Casa de Moneda (en Londres), desde donde, después de años de investigación, trampas, confesiones y acumulación de pruebas, Newton logró ayudar a capturar y a llevar a juicio a William Chaloner, hábil y brillante falsificador de monedas. La carrera de Newton en la Real Casa de Moneda también despegó, y en el año de 1700 fue hecho ‘Maestro’, puesto que mantuvo hasta su muerte y que le dejó muy buenas ganancias económicas.

Luego de ser nombrado Miembro del Parlamento y Caballero, por la Reina Ana, en 1705, Sir Isaac Newton fue perdiendo presencia e interés en las discusiones científicas de su tiempo y se dedicó a leer y a escribir de lo que más le gustaba, la teología.

Un divulgador de la ciencia de la IBERO

El doctor Gerardo Martínez Avilés es físico por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), maestro en Astrofísica y doctor en Ciencias por la Université Côte d´Azur (Francia).

En la IBERO imparte la materia de álgebra lineal, en la Licenciatura de Finanzas y en diferentes ingenierías. Sus temas de especialidad son la astronomía extragaláctica y la astrobiología. En el presente, participa en el Proyecto OTHER, una investigación interdisciplinaria sobre las posibilidades e implicaciones del contacto con vida extraterrestre inteligente. Y, actualmente, cursa la Maestría en Estudios Judaicos, en la Universidad Hebraica de México.

Su afición a la historia de la ciencia y a la divulgación científica se debe a que “la ciencia es producto de procesos históricos. Cada que usamos un concepto científico debemos tratar de ser conscientes de cómo se llegó a él. Conocer los procesos de construcción del saber científico nos da mucha más riqueza e intuición para poder hacer ciencia, y también nos da una idea de sus limitaciones. Por otro lado, la divulgación científica me interesa porque es la mejor manera de construir una plataforma de diálogo común entre los especialistas y quienes no lo son”.

En el Centro Astronómico Clavius de la IBERO colabora, con la Dra. Lorena Arias Montaño, en la difusión del entusiasmo y del conocimiento científico, particularmente la astronomía. “Organizamos conferencias, damos charlas al público, impartimos cursos de astronomía, hacemos observaciones y nos involucramos en cualquier oportunidad de hacer divulgación. Es un trabajo sumamente divertido”.

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