¿Qué hacer con Bartlett?

 

 

Se trata de un personaje central de una de las biografías políticas contemporáneas más fascinantes, Manuel Bartlett es una leyenda viva plena de claroscuros, con derrotas que suelen traerle buena suerte, credenciales académicas y cargos públicos que ya le generaban brillo cuando aún no cumplía 30 años y que lo dotaron de una arrogancia de la que parece enorgullecerse. Pero hoy, con 84 inviernos encima, es quizá la presencia más incómoda del presidente López Obrador.

El nacido en Tabasco, es hijo de Manuel Bartlett Bautista, ministro de la Corte y luego brevemente gobernador, defenestrado por su perfil alemanista a manos del presidente Ruíz Cortines y de Carlos A. Madrazo, del que Bartlett hijo sería colaborador cercano brevemente, antes del derrumbe político de aquel en 1965.

Es seguro que estas historias cautivaron al hoy presidente, admirador confeso de Madrazo Becerra, pero en especial de su tutor político, Tomás Garrido Cabanal, cacique de la región por más de 30 años, en el primer tercio del siglo pasado.

Sea por falta de reflejos, sea porque se formó en un país que ya no existe, Bartlett parece en ruta al precipicio, con evidencias de corrupción propia y de su entorno inmediato. A lo que debe agregarse que ha decidido colisionar a la CFE con el futuro de la energía, sin más argumentos presentables que la tozudez.

El último episodio fue el hallazgo periodístico del periodista Carlos Loret, en el sentido de que la casa de campaña que ocupó López Obrador en la Ciudad de México es propiedad de una compañía en la que figura como accionista mayoritario Jesús Hernández Torres, en sociedad con Leon Manuel Bartlett, hijo del funcionario.

En su momento estas indagatorias se toparán con la presunción de que Hernández Torres, hoy de 76 años, corresponde no con el perfil de socio de la familia Bartlett, sino del prestanombres, como corresponde con un hombre que desde hace medio siglo se consagró al servicio de quien entonces se desempeñaba como director general de gobierno en gobernación. Desde esa posición, donde tenía como jefe a Mario Moya Palencia, Bartlett logró brincar al barco correcto, el de Miguel de la Madrid, con quien fue Secretario de Gobernación; luego halló acomodo con Carlos Salinas de Gortari, que lo hizo Secretario de Educación y Gobernador de Puebla.

Recordemos que en 1993, con un acta de nacimiento que aún es considerada como una travesura del todopoderoso asesor salinista José Cordova Montoya, Manuel Bartlett llegó al palacio de gobierno poblano, y a su nombre entró Hernández Torres, que nunca se había separado de él, ni lo haría después.

Es hasta Puebla donde llegan las raíces de historias que hoy muestran frutos envenenados en torno a la pasión por los bienes raíces por parte de Bartlett; donde construyo la relación con su pareja Julia Abdala. Y donde designó a Hernández Torres coordinador de Desarrollo Regional, que impulsaría la creación de una nueva metrópoli: la Angelópolis, que hoy asienta a los desarrollos mas lujosos y exclusivos de la capital estatal.

En ese entonces, Hernández Torres estrenó entonces su enésima encomienda bajo las órdenes de Bartlett, lo que incluyó el proyecto de reubicar a la “Nueva Puebla”, que había visualizado el ex gobernador Piña Olaya, lo que supuso expropiaciones masivas, asignaciones de terrenos, apoyos diversos, etc. Todo bajo el rostro amable del colaborador que luego ocupó el modesto cargo de representante del gobierno en la Ciudad de México. Y así, con ese bajo perfil, hubiera seguido de no haber brincado hace unos días a las noticias.