Los estornudos y brincos del mundo

 

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Pero antes un sencillo consejo: “Las buenas fuentes se conocen en las grandes sequias. Los buenos amigos en las épocas desgraciadas”

Y una advertencia: “Cuando la adversidad llama a tu puerta, los que se dicen amigos, están dormidos”

Si la memoria no falla, hace décadas los científicos declararon que nuestro planeta es un ser vivo.

Ahora leemos que una hipótesis llamada Gaia por el nombre de la diosa griega de la Tierra así lo sostiene, y que existe una polémica al respecto.

Quién podría dudar de ello cuando los terremotos y huracanes parecen ser los estornudos y brincos del mundo, que tantas muertes y daños han dejado en México, Estados Unidos y el Caribe en estos días.

Quienes vivimos lejos del sureste sólo nos enteramos por las noticias de la actual tragedia de nuestros connacionales, pero recordamos que fue en otro septiembre, el de 1985, cuando el sur y centro del país padecieron algo semejante.

Muy interesante. Nos dice desde Querétaro, donde radica con  Mónica, nuestro cuarto y último hijo—que conste—el licenciado en administración Arturo Javier Ravelo Reyes.

“Yo recuerdo muy bien como los que estudiábamos en la Universidad Anáhuac apoyamos y fuimos a la avenida Cuauhtémoc a prestar ayuda.

Llevamos tanques de oxígeno y paquetes de comida para todos los que necesitaran.

Quitamos escombros mi amigo Beto Pimienta y yo casi 4 días seguidos.

Se escuchaban gritos de auxilio y todos los que estábamos

presentes, si alguien gritaba, SILENCIOOOOOOOOO, obedecíamos.    Empezaban a quitar escombros, y cuando sacaban a las personas.   Todos gritábamos de alegría, aplausos y porras.

Son recuerdos que platicare a mi hijo Paolo.

Te mando saludos y mil besos desde Querétaro”.

Y dejamos a don José Antonio Aspiros Villagómez, con apoyo de otros colegas, siga con los temblores.

Estimado amigo: qué dramática historia la de nuestro secretario general, don Virgilio Arias. Se suma a las experiencias que cada uno tuvimos en aquella ocasión. Alguna vez escribí la mía también (vivía en Tlatelolco) y he sabido de otras, a cuál más dolorosas.

No de la política, sino de la tierra. Añadimos irrespetuosamente, nosotros.

Aquel terremoto del 19 de septiembre y su réplica del día 20 marcaron de tal manera a este tecleador, que por años le fue imposible la lectura de alguno de los pocos libros publicados sobre el tema, entre ellos los de Cristina Pacheco y Carlos Monsiváis.

Así que quedó por la paz la idea de rebuscar obras acerca de semejante tragedia, hasta que en 2008 leímos la novela-reportaje México 8.5 Richter donde el periodista y escritor Octavio Raziel menciona el próximo terremoto, y dimos una charla al respecto en el taller de lectura de Petróleos Mexicanos.

Ahora es otro periodista, José Luis Martínez S., quien vuelve a tocar el tema en su libro El día que cambió la noche (Grijalbo, 2016), por fortuna con un tratamiento menos traumático y en cambio muy nostálgico.

Su tesis es que con ese sismo se acabó la vida nocturna en la Ciudad de México, y lo dice con toda certeza desde un principio: “El 19 de septiembre de 1985 la noche de la Ciudad de México cambió súbitamente; en su lugar quedaron los recuerdos, la nostalgia…”.

 

Y para ilustrar su afirmación nos lleva a recorrer los cabarés, bares y teatros que dejaron de existir o decayeron a partir de entonces, muchos de los cuales conoció este tecleador también como reportero, pero la mayoría de las veces como un parroquiano más.

Ya lo dice el autor, “la ciudad estaba llena de música”. Cómo no recordar el Capri, El Patio, el Social, La Cueva de Amparo Montes, el Blanquita, el Tívoli, El Club de los Artistas y tantos otros, incluidos los bares donde había grupos de rock.

Martínez, autor de la columna y libro homónimo El santo oficio, menciona de principio a fin que trabajó en la revista Su otro yo -de las llamadas en su tiempo “para caballeros”- y el aprendizaje que tuvo al lado de su director Vicente Ortega Colunga, con quien por las noches iba a beber a todos esos sitios, donde buscaban vedettes famosas para ilustrar las páginas de su publicación.

Con todo y la expresión de seriedad que le vemos en la televisión, él fue “un noctámbulo en la Ciudad de México” según se lee en el subtítulo del libro por cuyas páginas transcurren sus experiencias en los centros nocturnos que había sobre la avenida Juárez -que nada tenía que ver con la actual salvo la Alameda y el hemiciclo a Don Benito- y por otros rumbos de la ciudad.

Aporta datos como que antes del sismo había unas 400 fuentes de trabajo para los músicos que alegraban las noches metropolitanas, mientras que en 2015 no quedaban más de 50. Lo cual significa que los trabajadores de tantos lugares deben contarse entre los damnificados, ya que perdieron su fuente de ingresos.

El día anterior al terremoto Martínez hizo una entrevista a los locutores Gustavo Armando ‘El Conde’ Calderón y Sergio Rod, del programa “Batas, pijamas y pantuflas”, a quienes conocimos en el mismo edificio que se derrumbó y donde ellos perdieron la vida.

El día que cambió la noche es uno de esos libros que los capitalinos nostálgicos debe conocer, lo mismo que otros como Hotel Regis y Pasaje Savoy -no se diga los de Monsiváis- con recuerdos de la ciudad que desapareció no sólo por culpa de aquella tragedia del 19 de septiembre, sino por la de tantos gobernantes empeñados en desfigurar aquel lugar donde nacimos y vivimos.

Y, por eso, no estamos tan seguros de que la Ciudad de México sea “un vicio, una adicción incurable” como afirma José Luis Martínez S., pues la vida cada día más estresante ahí nos obligó a emigrar.

craveloygalindo@gmail.com

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